Un  fenómeno social que se ha presentado históricamente en las grandes urbes del mundo es el pandillerismo.  Éste ha sido identificado como la formación de bandas integradas, en muchos casos, por adolescentes en busca de una identidad colectiva[1]. Sin embargo, múltiples problemas pueden presentarse al interior de las pandillas, como la violencia y la participación en actividades delictivas.

En el caso particular de México el problema de las pandillas violentas se asentó en a partir de la década de 1940.  Se tiene registro que durante este periodo incrementaron los casos de jóvenes detenidos por el delito de asociación delictiva, lo cual suponía que tal sector estaba implicado en grupos que cometían actividades ilícitas, tales como robo, fraude, asesinato y violación.   

El aumento de casos de jóvenes involucrados en actividades de pandillerismo ocurrió en el contexto del crecimiento de las zonas urbanas del país, derivado de la migración rural y el fortalecimiento de la industria manufacturera. Uno de los centros urbanos donde se presentó este crecimiento fue la Ciudad de México, con la proliferación de nuevos barrios populares y la consolidación de las denominadas “colonias decentes”[2], lo que también implicó un incremento en la presencia de población joven.

Ahora bien, esta situación acentuó otro problema dentro de la gran mancha citadina, relacionado con la desigualdad económica y social.  Dado que las zonas identificadas como barriadas se mantuvieron excluidas del progreso económico del país, carecían de servicios básicos como luz, agua y drenaje, así como de hospitales, escuelas y vivienda digna. Sumado a lo expuesto, asentamientos irregulares fueron desplazados para dar paso a modernos proyectos habitacionales, lo que implicó una ampliación del anillo urbano hacia la zona colindante con el Estado de México[1].

Estos cambios de “urbanización violenta”[2] que se fueron experimentando a partir de la década de 1940 terminaron por afectar a los sectores más vulnerables. Ante este panorama de marginalidad y exclusión, algunos jóvenes se integraron en pequeños grupos encaminados a forjar una identidad colectiva para protegerse, refugiarse o atenuar aquellas necesidades negadas.

Varias de estas pandillas o grupos de barrio llegaron a conformar una nueva expresión de cultura juvenil que buscaba adaptarse a un contexto de cambio de la gran urbe. No obstante, en algunos casos, la marginalidad, la exposición a la precariedad, aunado a procesos de racialización y segregación, fueron factores que enmarcaron la conducta violenta de ciertos grupos pandilleros y terminaron siendo rasgos de las comunidades juveniles.

Esta característica de algunos grupos pandilleros, pronto se convirtió en un arma que disparaba contra las juventudes a través de discursos preventivos y criminalizantes, acompañados de una retórica que perfilaba a los jóvenes precarizados y racializados como enemigos del orden social, estigmatizando así la marginación y pobreza.

Para conocer los elementos o situaciones que posibilitaron actividades delictivas a algunos miembros de pandillas, podemos explorar algunos casos registrados por el Consejo Tutelar para Menores Infractores del Distrito Federal, encargado de dar seguimiento a los menores involucrados en delitos, entre ellos la asociación delictiva.

Un ejemplo de esta situación es la historia de Pedro García, un niño de 15 años que en abril de 1945 fue detenido al ser sorprendido robando cuatro llantas junto con otras dos personas. Pedro confesó que sus amigos habían planeado el robo y que él decidió sumarse como “aguador” (persona encargada de vigilar), argumentando que lo había hecho para conseguir el dinero de la renta que necesitaba su madre (imagen 1). 

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Imagen 1: Estudio social del menor Pedro García, así como la causa de la investigación, Ciudad de México, 1945

La resolución del tribunal fue la libertad vigilada, reconociendo que el menor había actuado por una necesidad económica de su hogar y por las malas influencias de sus amistades. Asimismo, su castigo consistió en tener que presentarse cada mes al Departamento de Prevención Social y asistir a la escuela mientras no estuviera trabajando (imagen 2).

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Imagen 2: Resolución del Tribunal Para Menores Segundo Tribunal sobre la causa de Pedro García, Ciudad de México, 1945

Otro ejemplo es el caso del joven Luis Vargas Arroyo, apodado el Tarzá detenido en noviembre de 1943 por el delito de fraude y asociación delictiva. La vida de este adolescente fue mucho más dura al quedar huérfano a una edad muy temprana, pasando al cuidado de su tía. La situación de Luis volvería a cambiar, pues tras una discusión con su tutora abandonó el lugar en donde vivía por consejos de sus amigos (imagen 3).

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Imagen 3: Estudio social del menor Luis Vargas Arroyo, así como la causa de la investigación, Ciudad de México, 1943

Durante el lapso que permaneció en la calle estuvo trabajando como peón de albañil y ayudante de panadería. pues había dejado de asistir a la escuela. El Tarzá fue detenido en flagrancia junto con otros cuatro amigos, al momento de intentar obtener mercancías de la Casa Solex con vales falsificados proporcionados por un individuo identificado como Jesús Huitrón. Al final, no se pudo comprobar la culpabilidad de los sospechosos, por lo cual fueron absueltos de todo delito (imagen 4).

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Imagen 4: Resolución del Tribunal para Menores Primer Tribunal sobre la causa de Luis Vargas Arroyo, Ciudad de México, 1943

La situación de ambos adolescentes permite visibilizar parte de las problemáticas que podían llevar a un adolescente a integrarse con una pandilla.  La carencia y la falta de oportunidades se comprenden entonces como dos factores que influían en   la incursión de las juventudes en actos delictivos. Asimismo, la situación familiar también fue unas de las circunstancias que orillaron a los jóvenes al pandillerismo y su involucramiento en actividades criminales, en especial aquellos que abandonaban el hogar y la escuela.   

Los expedientes en resguardo del AGN permiten conocer las múltiples causas que hacia mediados de los años cuarenta tuvieron un efecto negativo en el sano desarrollo de la juventud., Igualmente, permiten reconsiderar la importancia de los entornos colectivos que promueven el desarrollo de la identidad individual, como factores esenciales a la hora de proyectar programas sociales encaminados a brindar mayores oportunidades a la juventud mexicana.

Referencias de imágenes:

Imagen 1 y 2: AGN, Secretaría de Gobernación Siglo XX, Consejo Tutelar para Menores Infractores del Distrito Federal. / Expedientes de Menores Infractores (A), caja 238, exp. 12

Imagen 3 y 4: AGN, Secretaría de Gobernación Siglo XX, Consejo Tutelar para Menores Infractores del Distrito Federal. / Expedientes de Menores Infractores (A), caja 195, exp. 9

Bibliografía Consultada:

CarIes Feixa, De Jóvenes, bandas y tribus. Antropología de la juventud, Barcelona, Ariel, 1998.

[1] Mauro Cerbino, Jóvenes en la calle, cultura y conflicto, España, Antropos, 2006.  https://www.researchgate.net/publication/299608643_Jovenes_en_la_calle_cultura_y_conflicto

[2] Sara Minerva Luna Elizarrarás, “Rebeldes o pandilleros: orden socioespacial, estigma territorial y género en la Ciudad de México (1956-1965)”, Signos Históricos, vol. XXIV, núm. 47, enero-junio. https://www.scielo.org.mx/pdf/sh/v24n47/1665-4420-sh-24-47-308.pdf

[3] Javier Delgado, “De los anillos a la segregación. La ciudad de México, 1950-1987”, Estudios Demográficos y Urbanos, El Colegio de México, 1988.

[4] Ibidem, p. 240. 

Pandillas en México en la década de 1940